El díptico fue durante mucho tiempo, para el artista, el medio de escape de la tiranía de la superficie única y homogénea que impone a priori una espacialidad de la obra venidera. El políptico se compone de dos paneles de madera, dos instantes de pintura separados y distintos. La asociación y el ensamble de los dos elementos trabajados de manera separada –la mayor parte verticales y a veces horizontales- son el fruto de criterios propios del artista y constituyen el fin de la obra.
Si se pregunta acerca de la dificultad de aprehender la superficie blanca y desnuda de la tela (o la madera), para Ernesto Riveiro no es el vacío en sí lo que resulta un problema, sino más bien la cantidad de posibilidades que devendrían en conflicto. Se trata entonces para el pintor, de suprimir, despejar, aclarar y simplificar una serie de actos potenciales de la pintura.
El gesto pictórico de Riveiro es un gesto gráfico: el artista dibuja un recorrido sobre la superficie de la tela. El pincel contrae un movimiento, bosqueja una forma, suspende el impulso, retoma, se dispersa en una constelación de manchas, permite al color expandirse en largas estelas, luego opaca por aquí, rasguña por allí, araña, teje enseguida una trama geométrica balbuceante, caprichosa y agitada.
Las formas que emergen del trabajo tienden hacia el arcaísmo y la extrema simplificación, componen una cartografía del espacio pictórico más que un paisaje, una suerte de geografía sin jerarquía en el plano. El artista coloca, aplica y superpone; provocando una profundidad de donde podrían aparecer los arrepentimientos, si es que efectivamente se trata de arrepentimientos.
Es una pintura que solicita nuestro imaginario pero que jamás lo satisface del todo. La mirada se deja engañar en un encabalgamiento de líneas de las que podría surgir una forma que el pintor retiene, casi esconde, bajo la trama de sus gestos. No se trata aquí de narrar, lo verdadero en la obra de Ernesto Riveiro es la pintura.
El díptico fue durante mucho tiempo, para el artista, el medio de escape de la tiranía de la superficie única y homogénea que impone a priori una espacialidad de la obra venidera. El políptico se compone de dos paneles de madera, dos instantes de pintura separados y distintos. La asociación y el ensamble de los dos elementos trabajados de manera separada –la mayor parte verticales y a veces horizontales- son el fruto de criterios propios del artista y constituyen el fin de la obra.
Si se pregunta acerca de la dificultad de aprehender la superficie blanca y desnuda de la tela (o la madera), para Ernesto Riveiro no es el vacío en sí lo que resulta un problema, sino más bien la cantidad de posibilidades que devendrían en conflicto. Se trata entonces para el pintor, de suprimir, despejar, aclarar y simplificar una serie de actos potenciales de la pintura.
El gesto pictórico de Riveiro es un gesto gráfico: el artista dibuja un recorrido sobre la superficie de la tela. El pincel contrae un movimiento, bosqueja una forma, suspende el impulso, retoma, se dispersa en una constelación de manchas, permite al color expandirse en largas estelas, luego opaca por aquí, rasguña por allí, araña, teje enseguida una trama geométrica balbuceante, caprichosa y agitada.
Las formas que emergen del trabajo tienden hacia el arcaísmo y la extrema simplificación, componen una cartografía del espacio pictórico más que un paisaje, una suerte de geografía sin jerarquía en el plano. El artista coloca, aplica y superpone; provocando una profundidad de donde podrían aparecer los arrepentimientos, si es que efectivamente se trata de arrepentimientos.
Es una pintura que solicita nuestro imaginario pero que jamás lo satisface del todo. La mirada se deja engañar en un encabalgamiento de líneas de las que podría surgir una forma que el pintor retiene, casi esconde, bajo la trama de sus gestos. No se trata aquí de narrar, lo verdadero en la obra de Ernesto Riveiro es la pintura.